Don Juan Matus y Don Juan Grande

En lo personal, creo que cuando uno hace una obra lo deseable es que el mismo lector la mutiplique, la potencíe a través de su propia imaginación, que incorpore los personajes y las situaciones a su propio imaginario. Esas son las cosas que hacen sobrevivir una obra, en lo particular, y en lo general a una cultura.

A mí como a muchos nos ha pasado eso, vemos una obra que nos agrada e incorporamos sus personajes y las situaciones a nuestro propio imaginario, a nuestra manera de percibir el mundo. Eso me pasó cuando leí a Carlos Castaneda. Tuve la gran fortuna y tino de leer los libros donde aparece el personaje de Don Juan Matus en orden, siempre recomiendo leerlos en orden. Y si mal no recuerdo este orden es:

1. Las enseñanzas de Don Juan
2. Una realidad aparte
3. Viaje a Ixtlán
4. Relatos de poder

Me quedo con esta tetralogía, que para mi gusto entra en las obras esotéricas del calibre de La historia interminable de Michael Ende. Lo demás de Castaneda ya son best sellers, y están pensados como tales. Vale la pena leer los demás, pero para mi gusto ya son una compilación de aventuras de brujos más que descricpiones de viajes iniciáticos.

Por otro lado, soy de los que creen que Carlos Castaneda si muy bien pudo haber conocido al brujo yaqui Don Juan Matus, la verdad es que sólo él lo conoció, y en lo personal creo que le puso bastantito de su cosecha a los mentados conocimientos del shamán Juan Matus incorporándole una buena ensalada de filosofía zen y Aldous Huxley. No existen más registros de Juan Matus ni siquiera en el registro civil de Sonora pues su nombre, según el mismo Castaneda, es un seudónimo. Es decir, que Don Juan Matus no se llamaba Juan Matus… vaya, que no es como María Sabina, que después de haber sido dada a conocer por Gordon Wasson se le pudo encontrar, entrevistar, filmar y saber de primera mano el alcance de sus “poderes”.


Y sin embargo, me imaginé a Juan Matus, y me lo imaginé tal y como son los indios que mejor conozco: los que piden limosna en las calles. Los que tocan sus trompetas lánguidas y desafinadas, los que retratan a los indios tal y como son actualmente: unos parias, y mientras menos occidentalizados estén, más parias aún. Muy lejos de esos indios hipermamados de Jesús Helguera y que según nosotros enfrentaron a los ominosos españoles -a los que también nos imaginamos hipergallardos, por cierto-. Y es que nomás de pensar en los avances médicos de la época solo puedo imaginar que TODOS tenían la dentadura chueca… como mínimo.

La imaginación es cabrona. Y si pensamos que vivimos la vida más como la imaginamos que como la conocemos… pues no hay mucho de dónde agarrarnos. Sin embargo, nuestra imaginación puede ser pobre, pero no inactiva. Cuando era niño y llegué a Ciudad Neza a los 5 años, llegué a un inmenso semibasurero sin pavimento y con precarios servicios de agua potable y luz. Tal vez caminar entre perros muertos camino de la escuela pudo haber sido traumático para alguien que relacionaba el pavimento con el bienestar, pero tuve a bien contar con amigos que pertenecían a ambientes más rurales, gente más habituada a convivir con animales, plantas y también con un pensamiento mágico muy denso. Por el día, en tiempo de lluvias, nos íbamos a atrapar renacuajos y culebras camino al cerro de San Lorenzo (“San Loco”, de decíamos); en el camino a las partes donde aún había milpas encontrábamos no sólo perros muertos, también zurrones de víbora y pequeños halcones muertos de vejez o a perdigonazos por gente que aún se iba al cerro de San Lorenzo a cazar. En alguna parte del cerro de San Lorenzo había unas pequeñas cuevas donde se reunían los maleantes y los adictos. Por lo que contaban los más grandes de nosotros aquello era parecido a la boca del infierno y así sonaba. Teníamos prohibido acercarnos. Quizá debido a la prohibición aquella boca de infierno era más ominosa que lo que seguramente era: un agujero pestilente donde la gente se iba a fumar mota.

Un poco más poblado y ya ésta Avenida contaba con pavimento
cuando llegué a Ciudad Neza en 1974, ésta foto debe ser como de 1970.
Aquel cerro del fondo es el mentado cerro de San Lorenzo.

Por la noche, después de jugar hacíamos fogatas en la calle. Muchos de mis vecinos y amigos habían nacido y crecido en los campos de Michoacán, de Guerrero, de Oaxaca. Ciudad Neza era lo más parecido a una ciudad que ellos conocían, para ellos éramos los ricos de la calle, los “burguesitos” porque mi padre era el único que tenía carro: un vocho. 🙂 . En torno a esas fogatas (“alumbradas” les decían ellos), escuché mis primeras historias de nahuales. El nahual era algo así como un perro endemoniado que invariablemente estaba ligado a situaciones de horror y muerte. De entre todos los bichos sobrenaturales de los que me enteré, era el nahual el que más me atrapó, y que recobró fuerza cuando 15 años después leí a Carlos Castaneda, y al que por Carlos Castaneda dí una nueva lectura, que es la que ahora desarrollo en el universo de Operación Bolívar, que es el mismo de Los Perros Salvajes, como ya se irán dando cuenta.

Pero bueno, ya me estoy desviando.

¿Por qué el Don Juan de Operación Bolívar se llama Juan Grande y no Juan Matus?
No, no es cuestión de derechos de autor ni esas cosas. Es otra historia de vida. A los 18 años dejé la escuela y me metí de obrero, fui cadenero (ayudante de topografía) en la construcción del Hotel Nikko. El Día de los Albañiles se organizó la comilona y fue la primera vez que nos mandaron a mí y a otros cadeneros a San Cristobal Ecatepec a preguntar por Don Juan Grande. No teníamos más datos que los que nos ofrecía el mandatario del grupo, el mandadero pues, y que llevaba una lana y el mensaje para Don Juan Grande. Además tenía la rigurosa orden de buscar a Don Juan Grande, no a otro, sino a el único. El asunto tenía algo de místico, era como ir a buscar al Gran Guerrero Yoda del planeta Dagobah.

pulque_got

Don Juan Grande era tlachiquero (la palabra no la registra el DRAE, por cierto), y se le decía Juan Grande para diferenciarlo de su hijo Juan Chico. Pos sí. Y era un detalle importante la diferencia, pues el pulque que hacía el padre era mucho mejor que el que hacía el hijo. Don Juan Grande nos proveyó el pulque aquel Día de los Albañiles.

Este tlachiquero se parece mucho al Juan Grande de Operación Bolívar.

La personalidad del padre era mucho más arrolladora que la del hijo, y sabía ganarse a la gente. Si iba uno una semana antes y le dejaba un varo, la semana siguiente nos tenía nuestra garrafa de pulque fresco, y nos preparaba bisteces, fríjoles de olla, nopales fritos, cebollitas cambray para dorar en comal y una salsa de molcajete que preparaba él mismo y que no tenía madre. Desde luego, al final Don Juan Grande se quedaba con uno a platicar y ponernos pedos. El hijo como que ya tenía una visión más… empresarial, digamos. Poseía una pulquería en San Cristobal y parece que se había asociado con otros tlachiqueros para proveer pulque a pulcatas del DF. Ya tenía otra idea del negocio.

Tlachiquero de Aline

Este señor se parece más a aquel Don Juan Grande de San Cristóbal Ecatepec,

nomás pónganle rasgos más indios y el cabello completamente cano.

Para mí Don Juan Grande de Operación Bolívar sí está muy inspirado en el Juan Matus de Castaneda, es cierto. Pero en lo personal, en lo muy personal, la idea de Don Juan Grande representa para mí un montón de cosas que no acabo de definir… cosas que tienen que ver con aquel olor de los bisteces, de las tortillas en el comal y la salsa, con Don Juan Grande, más pobre que el hijo, silbando y cantando mientras molcajeteaba la salsa, con esa extraña idea que tenemos acerca de la relación entre pobreza y riqueza, con la peda del pulque viendo el atardecer entre los magueyales, con un montón de sentimientos que no sé si un día pueda plasmar en los comics. Una mezcla que se parece a los sentimientos que maneja Everardo González en su documental de la Canción del Pulque

Plasmar esas cosas, es trabajo de Maestros.
Ojalá y lo logre algún día.

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